domingo, 13 de abril de 2014

EL RECIPIENTE FEMENINO


¿No resulta llamativo que se estime o determine en datos predominantes el grado de auge o expansión de una población a través de sus adelantos tecnológicos, de su maquinaria, de su armamento? ¿No es sorprendente que exista un simbolismo fálico en las armas, lanzas, cuchillos, sables, pistolas, en un intento de manifestar o justificar que la fuerza, la imposición, es un signo de superioridad?

Desde el origen de la humanidad hasta la actualidad, una sociedad ha sido principalmente evaluada por sus avances técnicos, por la fabricación de sus armas y herramientas y el uso predominante que éstas tenían en la supervivencia de una comunidad. El hombre, en su categoría de varón proveedor cazador era el encargado de su uso, relacionándolo inevitablemente con adjetivos de fuerza, vigor y agresividad, mientras que la mujer con sus actos pausados llevó adelante una revolución que casi siempre pasó inadvertida: la construcción de la vida en el clan, en la familia, con su cometido como mujer y madre. Y si la aparición de las herramientas y armas fue fundamental en estas primeras sociedades, hay un hecho que se nos escapa y que predomina por encima de éstas, y que de forma invisible enlaza con el significado sexual de la mujer, y es el hecho de que las principales innovaciones no fueron las armas, tampoco las herramientas, sino los recipientes.

El paso del tiempo, la cultura, la velocidad con que todo transcurre en la sociedad, altera los símbolos, los contenidos, los hechos y actos puramente femeninos, que de manera casi oculta pero inequívoca, entroncan y relacionan esos utensilios como vasos, cestos, jarras, e incluso casas, con la naturaleza propia y exclusiva de la mujer. Mujer contenedora, recipiente de sexualidad y de vida, en contraposición clara a la evidente fuerza masculina, pues en el hombre todo es manifiesto, desde su musculatura hasta su sexo, significando velocidad y competencia, mientras que en la mujer su introspección y suavidad genital individualiza y expresa su propio significado. Los brazos y piernas en la mujer se revelan como el receptáculo que acoge a un niño o a un amante, y es que, al igual que esos mismos recipientes, símbolo del hogar colectivo, todas las cavidades de la mujer, su boca, vagina, vientre, son la imagen de su posición y revolución peculiar, la de su sexualidad a través de los ritos de fertilidad, no sólo de su propia maternidad, sino también de la fecundidad de la tierra, pues ella fue sembradora y cosechadora, una obra maestra en la economía de una familia.


No midamos pues los progresos de una sociedad a través de su tecnología, de sus armas o de la máquina que todo lo hace, hay otra perspectiva mucho más humana, y con frecuencia perdida en el mundo onírico, tal vez el que esconde la auténtica verdad.

Amparo Climent

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